El Minicuento de Fredo

Hola, soy el narrador. Estaba mirando la nada, la hoja blanca, en absoluto silencio, cuando llegó la tarea de crear un personaje. Así nació Fredo:

- ¡Tú serás Fredo! Hijo de mi cabeza, construcción de mis pensamientos.


Mientras dormía, yo empecé a crear una pequeña ciudad para él: 

- ¡Qué haya una casa! Y hubo una casa.

- ¡Qué haya una plaza! Y hubo una plaza.

- ¡Qué haya una iglesia! Y hubo una iglesia.


Entonces, Fredo se despertó y empezó a hablar y preguntar las cosas del mundo:

- ¡Hola! ¿Quién es usted que habla desde el cielo?

- ¡Puedes tutearme, Fredo! Soy el narrador, el que hace que las cosas existan. Yo que te creé y a todo que conoces y conocerás.

- ¿Tú eres Dios?

- Buena pregunta, Fredo. Sí Dios es un ser creador, que tiene los poderes más fuertes, yo puedo ser una especie de Dios.

- Y yo ¿quién soy yo?

- Tú, Fredo, tienes dieciocho años, eres un joven, el personaje principal del minicuento que estoy narrando. Todo lo que existe a tu alrededor, es para vos. Pero, mira, es un minicuento, no un libro. Así, la vida será corta.

- Dios, ¿qué es un libro?

- El libro es una vida muy grande, con muchas experiencias y aventuras.

- ¿Tú puedes hacer un libro para mí, para que mi vida dure más? 

- Yo no puedo, Fredo. Yo tengo que narrar un minicuento. No soy yo quien escribe.

- ¿Entonces quien escribe es más poderoso que Dios?

- Fredo, vamos a hablar de otras cosas. Debes estar con hambre. Voy a presentarte la comida. ¡Que haya una variedad de alimentos!


Así, Fredo experimentó las mejores cosas y dijo:


- ¡Por Dios, por El Narrador! Tengo ganas de meter la cara en todas esas salsas, y carnes, y pastas, y cómo me gusta la paella. Dios, ¿quieres un pedazo?

- Gracias, Fredo. No estoy con hambre, me gusta mucho solamente admirarte comiendo. Me encantaría hacer una familia de Fredos. 

- Dios, ¿qué es una familia?

- Ah, Fredo. Una familia es una porción de gente casi igual, que se encuentra todos los domingos para almorzar. Pero tú no tienes familia, así que disfruta del festín. 

- ¿Y qué hago después?

- Tienes libertad, Fredo. Voy a acabar tu ciudad y más tarde hablamos.


Fue así que completé Villa Fredo, con heladería, biblioteca, gimnasio, restaurante y todo lo que un personaje necesita.


- ¿Fredo, quieres usar ropas o estás bien así, desnudo?

- ¿Qué son las ropas?

- Un rato. ¡Que haya una tienda! Listo, Fredo. Puedes entrar y probar todo. La tienda está al lado de la iglesia.


Desde entonces, Fredo cambia de ropa muchas veces por día. Su ropa favorita es una combinación rara, él usa sombrero, musculosas coloridas, bermudas, medias rojas y zapatillas deportivas. Hace algunos días le pregunté a Fredo que le gustaría hacer los fines de semana. Él miró el cielo con una expresión de duda, fue cuando entendí.


- Fredo, te diste cuenta que tenemos el día y la noche, que el sol siempre nace después de la noche, ¿seguro?

- Sí, sí. 

- Entonces, toda vez que el sol despierta, el nombre del día cambia. Es así que marcamos el tiempo. Los días son siete: domingo, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado. El fin de semana es como se llama el sábado y el domingo juntos, pues son los días que normalmente las personas descansan del trabajo y hacen cosas para olvidar la vida de mierda que tienen. Voy a enviarte un calendario para que entiendas mejor y organices las actividades.


Junto al calendario, envié un reloj para Fredo. Así el empezaría su rutina de actividades, la hora de levantarse, desayunar, almorzar, practicar ejercicios, bailar, cantar, trabajar en algún proyecto, acostarse y tantas otras cosas posibles. En principio Fredo lo extrañó, pero entendió que nosotros, humanos, somos animales de rutina, que la rutina es necesaria para sentirnos seguros.


Entendiendo el tempo, Fredo comenzó a preguntar cosas más complejas:

- ¿Dios, antes de yo nacer, cómo eran los días? ¿Dónde estaban las cosas todas?

- Fredo, aquí en mi lugar las cosas existen desde siempre. Muchas vidas ya pasaron por el mundo, millones de historia fueron contadas y vividas. Tu vida, Fredo, no existía, pero la vida siempre existió, en todos los países y continentes.

- ¿Países y continentes?

- Son grandes porciones de tierra, como tu ciudad, pero mucho, mucho más grandes. Tú, por ejemplo, estás en Sudamérica, posiblemente en un país que aún no existe. Los que existen no son malos, pero sus gobiernos me dan asco. Por eso prefiero yo mismo inventar un país nuevo.

- Entiendo, mi querido Dios. Ojalá un día yo también pueda crear mi propio mundo. 

- ¿No estás contento con todo lo que hice y estoy haciendo por ti? ¿No estás feliz con tu vida?


Fredo quedó quieto e inmóvil. En sus ojos fue posible mirar la corriente de pensamientos que inundaban su cabeza, buscando el sentido de la felicidad, de la existencia. Después de algunas horas en estado de sopor, habló despacito, susurrando.


- Dios, El Narrador. ¿Cómo los que viven en su mundo encuentran la felicidad?

- Bueno, Fredo. Muchos no la encuentran, otros encuentran y no perciben, pero la verdad es que nadie puede afirmar haberla encontrado. La iglesia, por ejemplo, es un lugar donde la gente encuentra relleno para los vacíos interiores.

- Jaja, la iglesia. Eso jamás comprendí. ¿Por qué existe la iglesia si puedo simplemente hablar con Dios a cualquier momento? Estoy hablando ahora contigo.

- Es un buen punto de vista. Yo creo que Dios tiene problemas de autoestima. Pero yo no tengo.  Voy a cambiar la iglesia de tu ciudad por una fábrica de cerveza.

- Gracias, Dios. 

- ¡Qué haya cerveza!  

- ¡Salud!


Y así Fredo se emborrachó por primera vez, calmando los pensamientos existenciales que lo atormentaban.


Después de la crisis existencial, observé que Fredo estaba muy flaco, esquelético. Podría decir que estaba pálido, casi blanco. No, Fredo no es blanco. No tiene un color de piel definido, pero blanco no es. Los blancos ya metieron la pata en todo y en esta ciudad no colocarán sus manos. Así que enseñé a Fredo algunos hobbies, algunos pasatiempos para que él sea productivo y mueva sus muslos de luciérnaga. Ahora mismo está jugando al básquetbol con su pelota naranja. Cuatro veces por semana Fredo va al gimnasio. También enseñé nuestro personaje a cocinar, pintar, hacer yoga, leer, montar en bici y tocar la guitarra. Se puso loco con las canciones de Fito Páez, Charly García y Gustavo Cerati. Aburrido no se quedará. 


- Dios, tengo una pregunta. 

- Dime, Fredo. ¿Cómo puedo ayudarte?

- ¿Cuál será mi futuro?

- Fredo, necesito decir. El minicuento está llegando a su fin. Sabes que no tengo poderes totales. Yo soy una parte del minicuento y también una parte de mi Dios, la voz que me sopla en la oreja las cosas que debo hacer. 

- ¿Y el libro? La vida más larga…

- Hijo, permíteme llamarte así. En el futuro puedes volver a otros cuentos e incluso a libros, pero ahora te quedarás aquí. Cada vez que alguien lea tu historia, tu minicuento, puede ser mañana o dentro de veinte años, tu vida se renovará. Estaré siempre aquí para narrar tu nacimiento y descubiertas.

- Dios, no te vayas todavía. Yo estuve pensando. Quiero un amor, alguien con quien compartir mis pensamientos. 

- Ok, Fredo. Puedo intentar una cosa que ya hicieron con costillas.   

- ¿Con costillas? En nombre del escritor, del Fredo y del narrador. Amén.




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